Carnaval y Murga, un dúo con mucha historia en la Argentina
El Carnaval tiene una larga historia en la Argentina, al punto de que durante 1956 fueron establecidos como feriado nacional hasta 1976, año en el que fueron eliminados por la Dictadura militar. En el 2011, volvió el feriado por decreto y los turistas aprovechan para disfrutar y festejar el fin de semana largo con mucha alegría y baile.
Por eso en #CincoDias hoy reparemos la historia de la “murga” y el carnaval en nuestro suelo…
Podemos decir que la festividad fue introducido en Buenos Aires por lo españoles. Una celebración pagana pero de origen cristiano, vinculada a los días previos a «limpiar la carne», que desemboca en la prohibición religiosa de consumirla durante los cuarenta días que dura la cuaresma.
Según los períodos y sectores sociales tuvo diferentes expresiones. En tiempos de la Colonia, los sectores populares participaban en los bailes de máscaras que se realizaban en el teatro de La Ranchería, mientras que los sectores pudientes lo hacían en la Casa de Comedias.
El festejo también ocupó el espacio público. Los bailes y los juegos con agua inundaron las calles. Desde los balcones llovian fuentones, huevos ahuecados rellenos con agua, baldes de agua de lavanda para mojar a los amigos y de agua con sal para los enemigos.
El desenfreno y el bullicio que se generaban durante esos días, no eran más que “costumbres bárbaras” para las clases altas, las cuales se oponían fervientemente al festejo del carnaval. Éstas encontraron eco en algunos gobernantes. En la época del Virrey Vertiz, entre 1770 y 1784, los bailes se limitaron a lugares cerrados y el toque de tambor, sello identitario de la importante población africana que habitaba Buenos Aires, era castigado con azotes y hasta un mes de cárcel.
Durante la primera y segunda gobernación de Juan Manuel de Rosas -entre 1829 y 1852-por decreto, se censuró, se castigó y se prohibió dicho festejo hasta 1854, año en que el gobierno de Buenos Aires autorizó la realización de bailes de máscaras y juegos de agua.
Sarmiento: reapropración de la clase alta y reclusión de los afrodescendientes
En 1845, Domingo Faustino Sarmiento emprende un viaje de dos años que lo lleva a recorrer varios países del mundo. Visita Montevideo, Río de Janeiro, Francia, España, Argelia, Italia, Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Cuba. Sus experiencias y observaciones quedaron registradas en numerosas cartas y cuadernos, que tiempo después fueron publicadas.
En Italia participó de los carnavales, conoció las clásicas máscaras venecianas y quedó atraído por la idea del anonimato de los disfraces como forma de borrar, por un instante, la desigualdad de clases sociales.
«El día de mi llegada a Roma, la campana del capitolio empezó a tañer a golpes redoblados pasado el mediodía. Y un murmullo respondió de todos los ángulos de la ciudad a una señal impacientemente esperada como la voz del ángel del placer que llama a los muertos a una vida febril. Era la apertura del Carnaval» relató en su libro Viajes.
Enamorado de esas celebraciones, durante su presidencia, promueve en 1869 el primer corso oficial de la ciudad de Buenos Aires. Sarmiento participaba activamente de estos festejos junto a las murgas y comparsas, compuestas principalmente por afrodescendientes, que eran una de las mayores atracciones. También lo eran la elaboración de disfraces y máscaras que intentaban igualar, sin distinción, a todos los participantes.
Los afroargentinos del tronco colonial experimentaban el carnaval como un ámbito más donde compartir su música. Los toques, las danzas y cantos formaban parte de su vida cotidiana, con una significación profunda. Los blancos, en cambio, eran quienes vivían el carnaval a la usanza del viejo continente, donde se lo concebía como un espacio acotado para la liberación de las normas opresivas, donde la alegría, la burla y el desenfreno estaban permitidos.
En una de sus visitas a Estados Unidos, Sarmiento conoce a las compañías de minstrels, que estaban formadas por blancos que se pintaban la cara de negro para caricaturizar a los afroamericanos, mostrándolos como seres inferiores, primitivos, perezosos. Atraído por esas manifestaciones, Sarmiento invita a una de las compañías de minstrels a un corso porteño. Tuvo tal repercusión que, durante los años siguientes, los porteños blancos de clase alta comenzaron a imitar a los minstrels que burlaban a los negros.
Esa estigmatización fue tomada por los afroporteños como una ofensa a sus tradiciones. Por este motivo se retiraron y retiraron al candombe de la escena pública, practicándolo sólo en espacios íntimos.
Estas ofensas, sumadas a las políticas de blanqueamiento de la generación de 1880, contribuyeron al silencio social que mantuvieron los afrodescendientes por más de cien años.
Siglo xx: llega la murga
En el siglo XX la influencia de los inmigrantes italianos y españoles fue resignificando el carnaval, introduciendo ritmos, danzas y vestimentas propias de sus lugares natales. De a poco, se produjo el pasaje de las comparsas de candombe a las murgas, que comenzaron a bailar y tocar en los corsos. La migración a Buenos Aires de mediados de siglo, proveniente de las provincias argentinas y de los países limítrofes, generó un fuerte impulso a las murgas porteñas. A partir de 1976, durante la dictadura civico-militar, se eliminó al carnaval del calendario oficial de festejos y se detuvieron sus manifestaciones callejeras, lo cual provocó una invisibilización en el ámbito público.
A partir de 1983, a pesar de que sólo habían sobrevivido una decena de murgas, el fenómeno carnavalesco continuó con mucha fuerza en los barrios. La celebración del carnaval en la ciudad de Buenos Aires es una fiesta popular que permite recorrer y graficar las costumbres y dilemas que fue atravesando la sociedad porteña.