¿Que hay detrás del caso Facundo Castro? por Juan Jose Postararo
El hallazgo de un cuerpo en un canal cerca del límite entre los partidos de Villarino y Bahía Blanca, que se sospecha podría ser el de Facundo Astudillo Castro, desaparecido desde el 30 de abril, abre una serie de interrogantes en torno al caso, que involucra varias aristas, pero sobre todo que pone, una vez más, a la policía bonaerense en el foco de las miradas.
Para poner en contexto la situación, recordamos que en plena vigencia de un pandemia estricta (allá por fines de marzo) un joven decide “romper el aislamiento” para ir a ver a su novia. Luego de varios retenes en los que es detenido pero no enviado a su casa como correspondía según el protocolo, le permiten continuar y en cierto kilómetro de la ruta tres se pierde todo contacto. A la fecha son más de 100 días de ausencia.
A partir de entonces se pueden analizar varias hipótesis, sin todavía tener precisiones de si ese esqueleto descarnado, hallado boca abajo, en un lugar de muy difícil acceso, con intenso barrial y una fuerte marea puede ser o no Astudillo.
De confirmarse su identidad, a partir de supuestos podemos enmarcar diferentes opciones: que accidentalmente haya sufrido una herida mortal que hizo que muriera en el lugar.
Que la muerte se haya producido en otro y alguien “plantara”, como se dice en la jerga, el cuerpo en el sector. O quizás que la muerte haya sido en ese lugar pero a manos de terceros.
Contrario a lo que sostienen la Jueza Federal 2 de Bahía Blanca, María Gabriela Marrón, quien considera que no existen elementos suficientes para solicitar la detención de algunos de los policías intervinientes, tanto la madre de Facundo (que “intuye que es su hijo” según confesó tras estar presente en la escena) y sus abogados manifiestan que las dos últimas opciones son las únicas posibles.
Pero sobre todo por un elemento que no es menor: la presencia de una zapatilla a metros del cadáver en un estado que difiere en demasía con el estado de descomposición del cuerpo. Se puede decir que esta “casi intacta”.
Entonces acá dan inicios una serie de interrogantes que, por ahora, no encuentran respuestas.
Imaginemos el caso 1, que infiere que la policía detiene a Facundo, hace un uso indebido de la fuerza, algo que, durante el aislamiento social preventivo, sucedió y sucede mucho (NR: Un informe de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional da cuenta que desde marzo se registraron 92 muertes en manos de integrantes de las fuerzas de seguridad, siendo 42 de ellas producidas en Buenos Aires), le pegan en exceso, lo matan y activan “protocolo de encubrimiento” mal ejecutado ya que tiran el cuerpo al mar pero la marea lo “devuelve a la tierra”: ¿Qué hace la zapatilla allí?
Acaso esa prenda es la que mayor ruido hace cuando uno analiza todas las opciones posibles. Porque incluso la de la muerte a manos de las fuerzas pierde sentido si se entiende como un desenlace “no buscado”. Es decir, basta recorrer los oscuros años de las última dictadura militar, para sobreentender que la Policía tiene la posibilidad de hacer desaparecer un cuerpo y que ese no aparezca nunca. Lo hicieron con 30 mil argentinos y argentinas.
Quizás suene macabro, indignante e inaceptable, pero se ajusta a la realidad lamentable que transitamos: si es la intención, las fuerzas tienen los mecanismos, las artimañas y la frialdad para poder hacer desaparecer una persona por largo tiempo, para no decir por siempre.
¿Puede, entonces, uno pensar que quienes tuvieron la intención de hacer “desaparecer” el cuerpo fueran tan torpes de dejar apostada a metros de distancia una zapatilla en casi perfecto estado? ¿Y qué justo esa zapatilla sea exactamente la derecha, la única que por efectos de sombras se aprecia con totalidad en la última foto que le tomaron a Facundo? ¿O acaso fue una manera de decir “es él, y queremos que lo “vean”, en casi un acto escénico propio del “Padrino”?
Y si fuera así ¿a quién fue dirigido ese “mensaje mafioso”? ¿Al entorno de la propia víctima para que no urgen en el pedio de investigación y justicia, a modo de amedrentarlos, de amenaza encubierta? ¿O tiene como objetivo un receptor que escala más alto en las cúpulas del poder, incluso rozando las esferas de la política?.
Que la policía bonaerense se maneja con una “estructura piramidal” que pese a los cambios de Gobierno sigue intacta no es novedad. Como sostiene Ricardo Regendorfer, selecto cronista del género y autor de La Bonaerense y La Secta del Gatillo: “La policía de la provincia de Buenos Aires es una fuerza que se autofinancia y que todavía continúa autogobernándose”.
La impunidad que maneja, incluso los “pase de facturas” entre diferentes líneas de mando internas, los intentos de “maquillar” como accidente lo que claramente es exceso de poder o “gatillo fácil” no es tampoco algo que nos amerite sorpresa.
En los ’70 sus agentes tuvieron un rol protagónico en la banda paraestatal Triple A, creada por López Rega a pedido de Perón pero fue en la dictadura cívico-militar en donde Ramón Camps y Miguel Etchecolatz la marcaron a fuego.
El reglamento interno actual es el creado en 1980 y a partir de ese momento, sus agentes integraron bandas de secuestros extorsivos y ejecutaron masacres como las de Budge, Dock Sud y Wilde.
En la década del 1990 también hubo desapariciones forzadas como la de Miguel Bru. Por aquel entonces, el gobernador Duhalde decidió controlar directamente a la fuerza, creando la Secretaría de Seguridad. Pero todo siguió igual: un ejemplo de ello fue el secuestro y posterior asesinato de José Luis Cabezas en donde participaron un comisario y efectivos a las órdenes del empresario Alfredo Yabrán.
A fines de la década, ya con Carlos Ruckauf como gobernador, un intento de asalto bancario en Ramallo derivó en una nueva masacre de la bonaerense.
El cierre de la Alianza, allá por 2001, por ejemplo, tuvo a la fuerza como responsable de los asesinatos de Kosteki y a Santillán, quienes incluso intentaron cubrir su responsabilidad penal.
En 2009, secuestraron a Luciano Arruga en La Matanza. Si bien aún no se sabe quién lo mató, en el Juicio se pudo demostrar que el joven estuvo alojado en el sector de la cocina del destacamento de Lomas del Mirador, tras haber sido detenido como sospechoso de un robo y allí fue torturado a golpes «con un elemento duro o romo» por el policía Julio Torales Torales (único condenado), mientras otro lo sostenía. Estuvo enterrado seis años en un cementerio como NN.
Más acá en el tiempo, ya con María Eugenia Vidal en el cargo supremo, fue noticia la muerte de un Comisario, tras un arduo tiroteo entre la bonaerense y la Policía Federal, en cercanías del ingreso al centro comercial Parque Avellaneda Shopping. Una interna entre las dos fuerzas e incluso una disputa al interior de la propia fuerza fueron dos hipótesis de ese confuso hecho.
Vale recordar que la propia ex Gobernadora manifestó que la bonaerense “se autogobernaba, definía qué hacía, qué combatía, qué no combatía”, haciendo alusión a un entramado de sobornos en los que no descarta un “pacto con el poder político”.
Con la llegada de Axel Kicillof, se designó oficialmente en funciones al Superintendente General de la Policía, comisario general Daniel Alberto García, y al Subcoordinador General Operativo, comisario general Jorge Oscar Figini. Incluso se inició un proceso de reincorporación para los policías suspendidos durante la gestión anterior. Esta decisión del gabinete de Axel Kicillof se dio por denuncias penales o administrativas que se radicaron contra los oficiales pero que nunca alcanzaron una resolución final.
Pero acaso el detalle más destacado fue la centralización de la fuerza en el control del actual Ministro de Seguridad, Sergio Berni, que según trascendió fue una decisión de Cristina Fernández, quien puso alguien de su riñón.
Que sea Berni un alfil de la actual vicepresidenta, es un detalle no menor: de lo contrario Alberto Fernández y Kicillof ya hubieran decidido su remoción como ministro de Seguridad de Buenos Aires, sobre todo por sus recientes y públicas diferencias con la ministra de Seguridad de la Nación, Sabina Frederic, y su equipo.
¿Está conforme la “cúpula” de la bonaerense con el desempeño y la forma de actuar del Ministro? ¿Fue una jugada encubierta la “puesta en escena” cuasi fílmica de ese cuerpo y la zapatilla, a sabiendas que puede desencadenar en la restitución del funcionario?
¿Es tal vez Berni victima involuntaria de una interna que esta tan incrustada, que genera tal maraña que pasan los años, los gobiernos, y aun nadie puede desatar?
Que en algún momento de la historia se puedan encontrar respuestas a algunas de estas preguntas implicará, en algún punto, la satisfacción de que algo cambió. De que la justicia en alguna parte ancló sus patas y puede aferrarse para sostener su cuerpo entero. Expresará que la Argentina que soñamos aquellos que pregonamos el bien puede comenzar a forjarse. Que la utopía dejará de ser. Si, por el contrario, estos interrogantes se desvanecen en el tiempo y quedan ayuno de objeciones, entonces no habremos aprendido nada, y como reza el tango todavía resultará “lo mismo, ser derecho que traidor”. Sonaran mudas las plegarias, desde alguna parte, con toda razón, los Fancudo, los Julios, los Santiagos, los Espinozas o las Magalis, pidiendo que no los olvidemos y que se haga justicia.