¿Quién es Tomas Crow?
No es fácil explicar quién es ni de dónde viene. Para describirlo a él y a su arte, deberían crear nuevas palabras, así como sucede con las nuevas invenciones. En este caso, él se inventó así mismo de cero, al demoler y volver a construir paradigmas viejos para dar con esta arquitectura con todo lo innovador de lo moderno y lo bello de lo antiguo al mismo tiempo.
Nació en 1995 en Rosario, Argentina. Se crió en el seno de una familia en la que, detrás de una fachada de trabajos convencionales, aparecían la música y el arte como sustento emocional y social, por lo que desde muy temprana edad pudo experimentar y abrazarse a instrumentos y melodías.
Ya a los 14 años, se plantaba como músico y formaba su primera banda, donde recordaba los tan escuchados temas de los Beatles y Pink Floyd pero donde empezaban a destilarse y a marinarse nuevos sonidos que en un futuro evolucionarían en un estilo único y propio.
Adelantamos unos años y llegamos a los 16, cuando decidió que el indie-rock no le era suficiente y se embarcó en la tan pujante música electrónica, género que por ese entonces en Rosario estaba relegado a un breve sector de la sociedad pero que sin dudas prometía ser el futuro. Sin embargo, la frase “esto es lo que se viene” para Tomas siempre se quedó corta, y su cabeza está apuntando a un futuro que pocos conocemos pero que él, como muy pocos, nos puede materializar.
Saltamos al fin de la adolescencia y mientras sus pares elegían carreras universitarias que convivan en el abanico social actual, decidió subirse a un avión con destino a Londres, ciudad que lo recibió y abrazó como pocas tal vez lo hubiesen logrado.
Allí se abrió paso en el mercado de la producción y del diseño de sonido y comenzó a codearse con figuras como Max Hayes, productor e ingeniero de Oasis, Primal Scream, Massive Attack y Ocean Colour Scene, entre tantos otros. Hayes asombrado por su determinación, convicción y talento, lo adopta como discípulo y lo invita a hacer sus primeras prácticas profesionales en, nada más ni nada menos, que Lynchmob Studios.
Por esta razón, para Tomas fue normal empezar a trabajar produciendo para personajes tan reconocidos en la industria como Zak Starkey, quien incluso lo convocó como ingeniero en sonido para una gira por Brasil y con quien generó tal vínculo que lo terminó invitando a pasar Navidad con su padre, el enorme Ringo Starr. Sí, el mismísimo Ringo, titán de los Beatles, pero esa es otra historia.
Entonces, un día llegó el mensaje: “Tomas, te necesitamos para grabar el próximo disco de Noel Gallagher”. Un mes respirando el mismo aire que el alma mater de Oasis, una de las bandas que definió la cultura inglesa de los años 90 y 2000, ¿quién lo diría?
Como si fuera poco, mientras finalizaba sus estudios y trabajaba como asistente y productor, afloró como nunca antes su universo creativo y desplegó todo lo que aprendía en sus clases y en las calles de Londres para dar con su primer disco solista, Detoxify, una síntesis de ese futuro que solo él podía consumar. Por momentos se siente la combinación de todas sus influencias: por un lado la reconocida proyección de banda y por otro lado lo electrónico y experimental. No obstante, una vez que el disco termina, solo se puede pensar en él, en Tomas Crow y ese es su sello definitivo.
Ni bien publicó su disco, empezó a cranear hasta el último detalle de sus shows en vivo, que lejos estaban de los recitales que presentaba a sus 15 años en los bares de Rosario. Como espectador, uno puede esperar desde un show de luces de diseño digno de estadios mundiales, pasando por visuales hechas a medida y a melodía, hasta una fineza de sonido que está tan cerca de la perfección, que uno podría creer que finalmente la perfección sí existe. Sin embargo, la estrella de la noche es su música; su voz, sus manos volando entre sintetizadores, computadoras y guitarras y su pasión irradiando el lugar.
Además de su talento y su oído privilegiado, no le tiene miedo a cantar y expresar sus ideales. Motivado por la agenda mundial que nos aqueja, expresa su rechazo al exceso de información que nos rodea y controla día a día, y nos convoca a revisar y redefinir concepciones y conceptos que nos quedan chicos y que quedaron obsoletos. Porque si la música y el arte no es un motor para la (r)evolución, ¿qué es?
Lo que nos dirige a su próximo disco: SuperSuperficial, una clara y finísima denuncia al sistema que nos oprime, nos enferma física y mentalmente y nos arrebata la idea de un mañana mejor.
Este será su 2° proyecto solista y primer disco enfocado en Argentina.
Llegamos al final y sin poder ubicarlo en un casillero; asumimos que es justamente esa su esencia, la cual, en definitiva, es la esencia del siglo XXI. Por más que aquellos nacidos en el siglo pasado queramos hacerlo, a él no le gusta que lo encasillen en un género musical. Cree que hay demasiada información en el éter de la creación como para decir esto es esto y se acabó. No le es suficiente.