¿Qué unidad quiere la burocracia? Por Miguel Bravetti
Las palabras más repetidas en los numerosos tuits y artículos de dirigentes sindicales o políticos que se sumaron al recordatorio del 90 aniversario de la CGT, son: “unidad” y “fortaleza”. El documento emitido por la cúpula de la central, por ejemplo, llamó a “bregar por una central obrera fuerte y unida». “El camino debe ser uno: la unidad”, escribió Julio Piumato. El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo: «para reconstruir el país es central la unidad y el compromiso del movimiento obrero». El gráfico Héctor Amichetti expresó que «más allá de matices… la CGT sigue siendo la referencia central”. “Trabajar siempre por la unidad de la CGT”, tituló su nota de homenaje, Luis Barrionuevo. Y así podríamos seguir. Evidentemente tanta invocación sintetiza un diagnóstico.
“Cuando hay más de una CGT es como si no hubiese ninguna ”– Juan Domingo Perón.
La CGT fue fundada el 27 de septiembre de 1930 por un acuerdo entre socialistas y anarquistas, a quienes luego se sumaron comunistas; su primer acto institucional fue declarar su “disposición a colaborar” con el golpista José Félix Uriburu, que había derrocado a Yrigoyen pocas semanas antes, el 6 de setiembre. Uriburu inauguró un ciclo de gobiernos militares y gobiernos constitucionales o semi-constitucionales (con el peronismo proscripto) que siempre contaron con “la disposición a colaborar” de, al menos, una fracción de la CGT.
Paralelamente la central inició un derrotero de innumerables rupturas y reunificaciones, que incluyó los violentos enfrentamientos entre socialistas y sindicalistas revolucionarios de los primeros años; el triunfo del peronismo y la conversión de la central en “la columna vertebral del Partido Justicialista”; la Resistencia de base a “La Libertadora” y la constitución de las 62 Organizaciones Peronistas; los “participacionistas” liderados por Augusto Vandor y la CGT de los Argentinos; el Clasismo y la CGT encabezada por José Rucci; el ubaldinismo; la escisión que dio nacimiento a la Central de Trabajadores de la Argentina; la CGT de Hugo Moyano; y por último, el triunvirato Héctor Daer-Juan Carlos Schmid- Carlos Acuña que, luego de la renuncia de Schmid, se convirtió en el binomio actual.
Divisiones y debilidades
Estos 90 años encuentran a la CGT cruzada por divisiones internas que se proyectan hasta el 2021 cuando, vencido el decreto que prolonga los mandatos, tendrá lugar la renovación de autoridades. A eso se suma un debilitamiento estructural de sus mecanismos históricos de contención; por la extensión de la precarización, las nuevas formas de trabajo, la proliferación de sindicatos paralelos, el peso de las organizaciones sociales y piqueteras y, fundamentalmente, un cuestionamiento generalizado de las bases al papel desempeñado, en particular, en este momento de aguda crisis económica y social.
La “acción refleja” de la burocracia peronista, ante todos estos desafíos, internos y externos, es profundizar su colaboración con el Gobierno y las patronales. El producto más evidente de esa sociedad es el pacto UIA-CGT-Gobierno que opera como paraguas legal y político del avance sobre salarios y condiciones de trabajo, en el marco de la cuarentena.
La adscripción oficialista de todas las fracciones de la burocracia, en correspondencia con el alineamiento que – aún con choques – mantienen los principales bloques capitalistas, es el factor que contrapesa las disputas entre Gordos, Independientes, moyanistas, y kirchneristas (con sus diversos subgrupos); aunque las fotos de Alberto Fernández con unos y otros difícilmente alcancen para sellar la unidad futura.
Luego de haber despejado el default con los bonistas privados la caja está más flaca que antes y no permite atender al mapa productivo desigual que generó la pandemia, con actividades que funcionan a pleno y otras que siguen casi paralizadas y con subsidios decrecientes. De esa caja depende, además y fundamentalmente, el rescate a las obras sociales que, desde la ley de 1970, constituyen el corazón del poder sindical argentino y hoy se encuentran maltrechas por la merma de ingresos como resultado de los despidos, la eximición de aportes empresarios, la evasión y las paritarias a la baja.
El rompecabezas de la unidad
La propuesta de Héctor Daer y la mesa chica de la CGT de movilizar el 17 de octubre junto a los gobernadores para recuperar “los símbolos peronistas”, descartada por ahora, apuntaba a darle músculo al “albertismo” y colocarse ellos mismos como garantes del Pacto Social “en construcción”. En oposición a los Gordos el moyanismo, con Pablo como principal candidato, busca recomponer su alianza con la Corriente Federal (dañada por el reparto de lugares en las listas del Frente de Todos) y anuda acuerdos con nuevos gremios claves como Municipales de CABA. Antes sumó a los Taxistas, Vialidad y el SOMU. Esta relación de fuerzas permitiría al moyanismo conquistar el control de la poderosa Confederación del Transporte (CATT).
En el medio de ambas fracciones se consolida un armado que reúne a pesos pesados del extinto Movimiento de Acción Sindical Argentino (cuyo principal vocero fue Omar Viviani, ahora jubilado) como los gremios Ferroviarios, Luz y Fuerza y Telefónicos, con otros grandes provenientes de las 62 Organizaciones “amarillas” (hoy sobreactuando su fidelidad al oficialismo), como UATRE o los petroleros privados de Antonio Cassia. Los más de 50 sindicatos del flamante SEMUN, Sindicatos en Marcha para la Unidad, podrían desnivelar cualquier Congreso (la elección de la CGT es indirecta).
Algunas piezas, no menores, que pugnan por encajar en ese rompecabezas complejo son: los gremios de la CTA de Hugo Yasky (los docentes de CTERA presentan una de las afiliaciones más numerosas, que empujarían al tercer puesto a la UOCRA) y a las organizaciones sociales “cayetanas” reunidas bajo la sigla UTEP.
Unir y fortalecer al clasismo para expulsar a la burocracia
Los mensajes de unidad que este 90 aniversario de la CGT inspiró en la dirigencia peronista no están vinculados a un plan de lucha por el salario, por los puestos y las condiciones de trabajo, por las jubilaciones o los protocolos sanitarios; mucho menos a un programa antagónico al ajuste fondomonetarista, basado en la nacionalización de la banca, el comercio exterior y los recursos estratégicos del país, bajo control de los trabajadores.
La unidad que el movimiento obrero necesita pasa por la expulsión de la burocracia usurpadora y la recuperación de la CGT y los sindicatos, para ponerlos al servicio de una salida obrera a la catástrofe capitalista actual. Esa perspectiva defienden el Plenario del Sindicalismo Combativo y la Coordinadora Sindical Clasista del Partido Obrero.
Miguel Bravetti es militante del Partido Obrero