Efemerides| Dante Quinterno más allá de Patoruzú por Victoria Catta
Dante Quinterno es un nombre mayor en la historia cultural argentina. Padre de Patoruzú, el “Disney argentino”, creador del primer universo de personajes de la historieta nacional… todas estas cosas se han dicho de él con menor o mayor exactitud, aunque sea muy poco lo que se sabe de Quinterno personalmente. Parco y reservado en sus 80 años de carrera dio muy pocas entrevistas, casi no se dejó fotografiar e, incluso, cuando murió en mayo de 2003, su deceso no se anunció públicamente. Para él, pareciera, la vida laboral era todo por cuanto quería ser recordado y una rápida mirada a su trayectoria permite entender porque su interés pasaba por ahí.
La vida entera de Quinterno (nacido el 26 de octubre de 1909) estuvo dedicada a su labor como historietista, habiéndose iniciado en el dibujo desde muy chico. Los dibujos más antiguos que se le conocen aparecieron en la sección de lectores de Paginas de Columba en 1923, hechos cuando sólo tenía 14 años, y están enfocados en la hazaña boxística de Luis Angel Firpo en “la pelea del siglo. A un año de la aparición de estos primeros trabajos, mostrando potencial, se puso al servicio del mítico dibujante Diógenes “ Mono” Taborda y un poco después empezó a colaborar con Arturo Lanteri, otra leyenda de la historieta argentina. Simultáneamente y gracias a los contactos de sus maestros, empezó a enviar sus dibujos a diferentes medios, logrando hacer su debut profesional en 1925 con la publicación de Panitruco, historieta sobre la noche porteña guionada por Carlos Leroy que aparecía en la revista El Suplemento. A esta experiencia le siguieron otras de mayor importancia en poco tiempo y para el año siguiente comenzó a salir Andanzas y desventuras de Manolo Quaranta, el primer personaje propio de Quinterno en La Novela Semanal y Don Fermín (luego rebautizada Don Fierro) en la revista Mundo Argentino. Aunque fuera una breve trayectoria, resulta impactante ver cómo, sin haber cumplido los 20 años, Quinterno ya era alguien en ese mundo, aún si lo más importante todavía estaba por llegar.
En 1927 apareció Las aventuras de Don Gil Contento (originalmente publicada con el nombre de Un porteño optimista) en el inmensamente popular diario Crítica. Esta tira, la primera que editó el periódico, sería luego recordada como una de las más importantes de la historia del comic en la Argentina, no tanto por sí misma, sino porque en ella apareció por primera vez el personaje de Patoruzú, originalmente bautizado como “Curugua-Curiguagüigua”, un indio tehuelche que el tío de Don Gil, luego de morir, dejaba a cargo suyo. Este nombre era impronunciable y, aunque en los días previos se había usado en el material promocional aparecido en Crítica, se cambió en el primer cuadro de la historieta del 19 de octubre de 1928 por el de Patoruzú – deformación de la “pasta de orozuz”, una popular golosina de la época. El momento, ciertamente mítico hoy, no fue suficiente para hacer que la tira siguiera apareciendo y, misteriosamente, fue retirada de Crítica al día siguiente.
El personaje, por supuesto, no murió y reapareció en 1930 en Julián de Montepío, una tira que Quinterno había empezado a dibujar para el diario La Razón a fines de 1928. Entre las andanzas del personaje principal – un playboy “vivillo”, claro antecedente de Isidoro – el indio tehuelche llegado a la capital con su gran fortuna empezó a tomar protagonismo, al punto que en agosto de 1931 la tira cambió su nombre a Patoruzú y pasó a concentrarse en las aventuras del indio bonachón al mejor estilo del Tintín de Hergé o el Mickey Mouse de Floyd Gottfredson. Este y otros trabajos contemporáneos orientados al mundo del deporte, como las historias de Pepe Torpedo que aparecían en la sección de automovilismo de La Razón o Isidoro Batacazo que aparecía en la hípica de El Mundo, dan muestra de la importante presencia de Quinterno en los medios de la época, aunque el dibujante aspiraba a más. Alrededor de 1932 él se propuso hacer un corto animado y se abocó a ello con grandes expectativas. Sin embargo, el resultado final, marcado por la factura sumamente artesanal en el contexto argentino, lo decepcionó bastante y fue por eso que decidió partir a Estados Unidos a inicios de la década de 1930 a aprender de los mejores de la industria.
De acuerdo a una rara entrevista que dio a la revista Sintonía en 1937, Quinterno consiguió trabajo haciendo publicidades para Bayer, cosa que le permitía vivir más o menos cómodamente, mientras trabajaba como un “ayudante de cuarta categoría” en los estudios de Max y Dave Fleischer, creadores de Betty Boop y Popeye. En esta época, aparentemente, también tomó contacto con Walt Disney y, según lo señalado en la entrevista, llegó a trabajar como “creador de aventuras” en los estudios del mítico inventor de Mickey Mouse. No existen demasiados indicios acerca del inicio y la naturaleza de la posterior relación entre Quinterno y Disney, pero una fotografía de ambos tomada durante la visita del norteamericano a Buenos Aires en 1941 es una fiel prueba de la existencia de su encuentro.
Más allá de esta situación puntual, luego de su viaje a Estados Unidos se observó un importante cambio en Quinterno, quién para 1935 volvió a Buenos Aires repleto de ideas y de ambiciones. No sólo había aprendido cómo se producían las historietas a nivel casi industrial, con mesas de guionistas y varios dibujantes, sino que también se había familiarizado con el concepto de “sindicación”, tan típico de la industria estadounidense. Inspirado por estas novedades, ya en ese año, por primera vez en el país, se fundó un sindicato de historietas, el Sindicato Dante Quinterno, que le permitió licenciar sus tiras sin vender los derechos al diario, como era la costumbre en la Argentina. Es en este nuevo contexto que Patoruzú volvió a aparecer, ahora de forma definitiva, saliendo simultáneamente en el diario El Mundo, en varios periódicos del interior y en colores en la revista Mundo Argentino.
Armado de todos estos nuevos saberes, Quinterno empezó a armar las bases de lo que se convertiría en un imperio. Dejó de dibujar y, en cambio, empezó a pensar en armar una editorial propia, algo que se concretó con la publicación de la revista Patoruzú en 1936. Ya desde el primer número se puede ver el éxito de lo que vendría: bastaron cuatro horas para agotar la tirada de 130 mil ejemplares. Innovador y atractivo, este novedoso formato era ideal para toda una serie de nuevos lectores que, gracias a los resultados del sistema educativo de la época y a la reducción del analfabetismo, por esa época se estaban lanzando al mercado ávidos de material llamativo, entretenido y, preferentemente, de fácil lectura. La revista de Quinterno, además de contar con las historias del indio (dibujadas por sus colaboradores siguiendo estrictas líneas planteadas por su creador), incluía otros chistes más cortos llamados “Patoruzadas” y notas en tono humorístico, entre las que se destacan los famosísimos editoriales “Hemos visto, chei…” en los que Patoruzú comentaba hechos de la actualidad.
La fama de la revista Patoruzú habilitó la creación de otros derivados en muy poco tiempo. En 1937, por ejemplo, apareció el primer Libro de oro, una publicación especial anual que salió hasta 1984 y cuyas tapas, se rumorea, fue lo único que Quinterno siguió dibujando personalmente. Esta suerte de resumen de lo que había sucedido en el año era un producto sumamente esperado por chicos y grandes que, por aparecer para la época de las fiestas, se solía regalar para Navidad para ser leído durante las vacaciones.
Otra importantísima publicación de la editorial de Quinterno fue Patoruzito, aparecida en octubre de 1945. En esta revista se relataban las historias del pequeño cacique, concebidas por Tulio Lovato y Mirco Repetto, pero no fue solo por eso que llegó a ser reconocida como una de las mejores revistas de humor del siglo XX, compitiendo con otras contemporáneas como Rico Tipo. Su valor estaba íntimamente asociado a la capacidad de conjugar diferentes tipos de historietas, como la “seria” Vito Nervio dibujado por Emilio Cortinas y, luego, un muy joven Alberto Breccia, con otras de tipo más cómico, como Langostino de Eduardo Ferro. Esta mezcla, además, incluía historietas sindicadas del extranjero que ampliaban la oferta, tales como Flash Gordon, de Alex Raymond, haciendo de Patoruzito una revista única en el mercado.
A la experiencia exitosa de Patoruzú y Patoruzito, que aparecían en simultáneo y de las cuales se vendían más de 300 mil ejemplares semanales en su mejor momento, se unieron otros derivados de la tira original que también tuvieron amplia aceptación, como Andanzas de Patoruzú (1956), las Correrías de Patoruzito (1958) y las Locuras de Isidoro (1968).
Todo esta experiencia estuvo acompañada, también, por otro tipo de incursiones de avanzada, como la venta de merchandising asociada a Patoruzú o la creación del primer corto animado a color de la historia nacional, Upa en apuros (1942) algo que había sido históricamente un interés de Quinterno.
Con toda esta maquinaria ya establecida, Dante Quinterno pudo dejar de dibujar, comprarse campos y dedicarse a la agricultura (actividad a la que también dedicó una revista en la década de 1950, Dinámica Rural). Él nunca abandonó su proyecto original y se esforzó por hacer una industria única en el país, completamente a pulmón. Su imperio fue capaz de resistir todas las turbulencias económicas y políticas de la historia argentina y en la base de todo esto está un producto de calidad, icónico y eficaz que sigue dando que hablar, como queda claro en estos días por las celebraciones de los noventa años de Patoruzú. El trabajo al que Quinterno dedicó su vida, finalmente, lo único por lo que le interesaba ser recordado, no ha perdido su vigencia.