El visitante inesperado. Por Mariano Yakimavicius
Las muestras no solamente de desacuerdo sino más bien de fastidio y hasta de desprecio entre Jair Bolsonaro y Alberto Fernández datan de la época en que el último compitió por la presidencia argentina con Mauricio Macri. Los presidentes de Brasil y Argentina no comparten ninguna afinidad. No solamente ideológica o política, no comparten preferencias en nada, ni en la religión, ni en su mirada de la pandemia, ni en su formación, ni en su cultura, a excepción -y habría que cerciorarse- por el fútbol. Es por eso que causa una relativa sorpresa su visita anunciada para el 26 de marzo próximo, fecha en la cual se conmemorará el 30° Aniversario de la firma del Tratado de Asunción, que viene a ser el acta de nacimiento del Marcado Común del Sur (Mercosur).
La sorpresa es relativa porque independientemente del desagrado mutuamente profesado entre ambos mandatarios, las cancillerías de ambos países nunca perdieron de vista que ambos países son socios comerciales y se necesitan más de lo que sus ocasionales líderes están dispuestos a reconocer. Bolsonaro y su ministro de Economía, Paulo Guedes, se encargaron en el pasado de tratar con desdén al Mercosur, pero la realidad es que, si bien el bloque de integración muchas veces se muestra precario en lo económico y comercial, y prácticamente inexistente en su desarrollo político institucional, es el único instrumento cierto y constante con el que contaron Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay para navegar en las agitadas aguas de la globalización.
En busca de las reales motivaciones de Bolsonaro
Algunos datos que pueden extraerse de la realidad arrojan algo de luz respecto de las auténticas motivaciones del brasileño para visitar Argentina, pese a que la mutua animadversión haga que todavía no se haya confirmado si ambos presidentes mantendrán o no un encuentro a solas.
Como ya se dijo, la puja verbal entre Bolsonaro y Fernández comenzó cuando Mauricio Macri buscaba su reelección, a mediados de 2019. Desde aquél entonces, Macri perdió las elecciones al igual que Donald Trump en los Estados Unidos, gran referente y modelo de liderazgo del brasileño. Pero otro suceso también impactó fuerte en la región y en Brasil. Se trata del desmoronamiento de la fachada del modelo económico chileno.
Los economistas liberales latinoamericanos se enorgullecían de ese ejemplo a seguir y los brasileños especialmente, dado que Bolsonaro confesó que no entendía nada de economía y, por lo tanto, dejaría esos engorrosos asuntos en manos de -nada más y nada menos- economistas liberales. Para el resto de los asuntos -salud pública incluida- designó a militares o exmilitares o personas relacionadas a las fuerzas de seguridad. Cualquier semejanza con el Chile de Augusto Pinochet, es una mera coincidencia.
Lo cierto es que las generaciones más jóvenes de chilenos y chilenas no vivieron la dictadura y no tienen el miedo patológico que sus antecesores conservan por una dictadura que además de cruel y sanguinaria, tuvo la habilidad de mantener enclaves autoritarios en ámbitos fundamentales de la democracia chilena recuperada en 1990. En 2019 el pueblo chileno salió a la calle a reclamar por sus derechos y contra una forma de administrar la economía muy vistosa y elegante en los números macro, pero que no impactaba favorablemente en los números y en la vida de los sectores populares. Chile tendrá este año elecciones de convencionales para reformar su Constitución, con resultado incierto.
En Bolivia, el golpe de Estado con fachada democrática que expulsó a Evo Morales demostró que no podía sustentarse sobre ninguna mayoría que lo legitimara y -elecciones mediante- el Movimiento Al Socialismo (Mas) volvió al poder de la mano de Luis Arce, algo que demuestra a las claras que el progresismo del altiplano sobrevive exitosamente a la figura del propio Evo. Como consecuencia de todo lo anterior, Bolsonaro fue quedándose cada vez más solo en el ámbito internacional. Quizás su único aliado estratégico en la región sea el uruguayo Luis Lacalle Pou, pero tanto él como el mandatario paraguayo Mario Abdo Benítez son mucho más pragmáticos que su par brasileño y, llegado el caso, seguirán políticas y liderazgos que les garanticen el cumplimiento de sus intereses antes de embarcarse en disputas signadas solamente por la ideología.
Esta soledad de Bolsonaro es el primer dato a tener en cuenta para entender por qué accedió a visitar la Argentina gobernada por Fernández. El segundo dato a considerar, es la embrionaria constitución de un eje de poder entre Argentina y México.
Fernández y López Obrador
La visita de Alberto Fernández a México tuvo un propósito político más significativo que el propósito comercial con el que los diarios llenaron sus páginas. Veamos. Latinoamérica tiene tres actores que pueden considerarse pesos pesados. El primero es Brasil, especialmente sustentado en su poder económico, su desarrollo comercial y la producción de materias primas. El segundo es México, también por su poder económico y por su cercanía -con todo lo que eso implica de bueno y de malo- con los Estados Unidos. Y el tercero es -aunque usted no lo crea- Argentina, sustentada principalmente en una poderosa influencia cultural sobre toda la región, además de sus preciadas materias primas. Aún en decadencia económica ininterrumpida, Argentina fue desde comienzos del siglo XX un faro cultural y a veces político para la mayoría de sus vecinos.
Conjeturemos. Si Brasil y México sellaran una alianza estratégica, el resto de Latinoamérica no tendría mucho más que discutir. Pero generalmente ambos países rivalizan por la conducción regional, y en esa rivalidad suele interferir el gobierno estadounidense de turno. Es ahí donde Argentina puede hacer valer su peso, que es menor que el de México o el de Brasil, pero que en alianza con uno de esos actores, tiende a inclinar notoriamente la balanza. Hace 30 años, la creación del Mercosur tuvo el mérito de formalizar la confluencia de intereses comerciales entre Argentina y Brasil. En épocas en que ambos países estuvieron gobernados por Néstor Kirchner y Luis Inazio Lula Da Silva, la coincidencia política e ideológica, le dio a ese eje una fuerza mayor. Pero luego, todo se fue desgranando. Los desencuentros entre Cristina Fernandez y Dilma Rousseff, los contextos económicos desfavorables, los posteriores cambios políticos al interior de cada país, dejaron en evidencia la extrema debilidad institucional del Mercosur y, por ende, la precariedad de ese eje existente entre Brasil y Argentina. Los cambios políticos en toda Latinoamérica y la falta de previsión de los liderazgos progresistas al momento de construir instituciones regionales sólidas, llevaron a la actual situación, caracterizada por la falta de rumbo y de un liderazgo regional claro y distinto.
La visita de Fernández a México, trazada sobre cierta afinidad política e ideológica con Andrés Manuel López Obrador, tiene el germen de una alianza estratégica inédita entre los dos países. Además tiene el doble efecto de generar liderazgo donde no lo había y aislar más aún al gobierno brasileño frente a sus pares de la región. Rápida de reflejos, la diplomacia brasileña debe haber advertido al presidente de que no sería él quien quedaría en soledad, sino Brasil.
El tercer dato de la realidad es que Bolsonaro aspira a su reelección el año próximo. Pese a todos los desatinos cometidos, mantiene un núcleo duro de apoyo que ronda -como mínimo- el 30 por ciento de las preferencias. El resto del arco político se encuentra dividido, con la mayoría de la dirigencia política tradicional acechada por escándalos de corrupción. En otras palabras, aun al día de hoy, con más de 1700 muertes diarias por Covid-19, los hospitales colapsados y en medio de una batalla campal con los gobernadores para ver quién tiene la culpa del desgobierno de la pandemia, Bolsonaro puede ingresar a un ballotage con chances de volver a ganar la presidencia del país en 2022.
El presidente brasileño sabe que tras la pandemia y, si eventualmente llega a conservar el gobierno, no le conviene el aislamiento. El presidente argentino sabe que si Bolsonaro es reelecto, no podrá ignorarlo sin consecuencias. Al parecer ambos se han dejado guiar por los diplomáticos de sus respectivos países, que saben bien que el pragmatismo es mejor que la ideología al momento de defender intereses.