A 34 años de «La Casa esta en Orden» de Raúl Alfonsín
El levantamiento militar de los carapintadas estalló durante la Semana santa del año 1987, cuando oficiales y suboficiales de rango medio y bajo del Ejército se amotinaron en Campo de Mayo, el principal centro militar del país.
Fue el primero de los 4 levantamientos que hubo entre 1987 y 1990, pero también el más importante por el impacto político que tuvo y la tensión social que se vivió esos días.
La joven democracia recuperada en las urnas, titularizada por el Presidente Raúl Alfonsín estuvo a punto de flaquear.
El Presidente, que se encontraba en Chascomús, se instaló en a Casa de Gobierno y decidió el curso de acción al tomar tres decisiones fundamentales: no entablar negociaciones de ningún tipo con los rebeldes; convocar al diálogo a los actores políticos relevantes – partidos con representación parlamentaria y dirigentes empresarios y sindicales – y llamar a la responsabilidad social colectiva de los ciudadanos para que formaran parte activa de la defensa de la democracia.
Alfonsín tenía una firme convicción: no podía haber derramamiento de sangre para lo cual desarrolló una estrategia de presión permanente, evitando que el levantamiento se expandiera.
Ante la compleja situación, el domingo de Pascuas, el Presidente decidió trasladarse personalmente a Campo de Mayo, que se había convertido en el epicentro de la tensión. En esa circunstancia varios dirigentes de distintas fuerzas políticas, entre otros Antonio Cafiero y Oscar Alende, nos desplazamos hacia la Escuela de Infantería donde la situación era extremadamente tensa porque se trataba de una unidad militar que, del lado de adentro y a la vista de todos, había oficiales uniformados, fuertemente armados, con la cara pintada y, del lado de afuera de la tranquera, una multitud civil que pretendía avanzar para exigir a los carapintadas que se rindieran.
Allí, frente al Presidente, Rico depuso -junto al resto de los oficiales amotinados- su actitud sediciosa y el Presidente Alfonsín pudo volver a la Casa Rosada y, frente a esa plaza multitudinaria, pronuncio la recordada frase: «La casa está en orden. Compatriotas, felices Pascuas»y , no menos importante, «y no hay sangre en la Argentina».
El recuerdo de Aldo Rico
Hace uno años atres, en una entrevista, Rico recordó que pasó puertas adentro esa jornada. Según sus palabras el expresidente le preguntó cuál sería la solución al conflicto, a lo que contestó: “Solución política definitiva a las secuelas de la guerra contra la subversión. Alfonsín pregunta ‘cuál es el instrumento’ y yo le digo que esa es responsabilidad suya, señor Presidente, tiene un Congreso”.
Luego, el exmilitar siguió relatando el encuentro: “’¿Y usted qué opina?’, me pregunta. Una ley de amnistía, le contesto. Después me pregunta: ‘¿A quién tengo que nombrar jefe de Estado Mayor?’. Échelos a todos, le dije, nombre al más moderno, el general Vidal”.
Para finalizar, Rico sostuvo en el programa elogios hacia el exmandatario al sostener que “Alfonsín era un hombre de coraje. Fue y se metió en la boca del lobo”.
Las Memorias de Alfonsín
En “Memoria Política”, el por entonces presidente radical recordó aquel episodio y argumentó que cuando dijo que no negociaría, tenía aún una “noción imprecisa” de lo que ocurría en el Ejército y pensaba que la situación se limitaba a Córdoba, por lo que creía que una vez resuelto allí el problema, se resolvería en todas partes. Para algunos analistas, el mandatario apelaba otra vez al doble mensaje, tal vez creyendo que la rebelión podía sofocarse rápidamente. Existe también otra lectura, según la cual una vez que quedó en evidencia la inestabilidad que generaba el reclamo de los amotinados, Alfonsín utilizó esa verdaderamente novedosa convergencia del sistema político y la opinión pública en defensa de la estabilidad institucional para impulsar la “solución política” al problema de los juicios que había querido implementar desde un principio y que quedaría consagrada en la Ley de Obediencia Debida
Las Consecuencias
Tras aquella negociación llegó la firma del Acta de Compromiso Democrático que se vio reflejada el 4 de junio cuando se sancionó la «Ley de Obediencia Debida» que «exculpaba» a todos los integrantes del ejército que cometieron crímenes de lesa humanidad pero que lo hicieron por «cumplir» con las órdenes de sus superiores.
Sin embargo los levantamientos no terminaron ahí. Dos en 1988 contra el gobierno de Alfonsín y uno en 1990 durante la presidencia de Carlos Menem fueron otros conflictos militares que se llevaron a cabo a manos de los Carapintadas.
A pesar del arresto y posterior juicio a los implicados en los levantamientos armados, la mayoría no recibió su castigo correspondiente.