En los últimos meses, el presidente argentino Javier Milei ha sorprendido al mundo, no solo por las medidas drásticas que ha implementado para estabilizar la economía, sino también por el nivel de profundidad teórica con el que explica esos cambios. En una de sus recientes intervenciones públicas, Milei hizo referencia directa al Principio de Imputación de Carl Menger, una teoría económica fundamental pero poco conocida fuera de los círculos académicos. ¿De qué se trata exactamente este principio? ¿Y por qué resulta tan relevante para entender la actual transformación que vive Argentina?

Para empezar, pongamos algo de contexto. Carl Menger, economista austríaco del siglo XIX y uno de los fundadores de la Escuela Austríaca de Economía, formuló el principio de imputación para explicar cómo se determina el valor de los bienes de producción. Según Menger, el valor de los bienes de producción no es intrínseco, sino que se deriva del valor que los consumidores asignan a los bienes finales. En otras palabras: el valor fluye «hacia atrás» desde el producto terminado hasta los factores que permitieron su fabricación.
Este concepto parece técnico, pero tiene una enorme carga práctica. Significa que los precios de los insumos, del trabajo, del capital, y de todos los medios de producción, no se fijan por sus propios méritos aislados, sino en función de la utilidad que tienen para satisfacer necesidades humanas a través de productos finales. La demanda de bienes de consumo es, en última instancia, la que determina el valor de todo lo que viene antes en la cadena productiva.
En su explicación, Milei utilizó esta idea para graficar por qué las políticas de ajuste y liberalización de la economía, aunque dolorosas en el corto plazo, son esenciales para reordenar las señales del mercado. Cuando los precios están distorsionados —ya sea por controles de precios, emisión monetaria descontrolada o regulaciones excesivas—, los factores de producción terminan asignándose de forma errónea. Se fabrican bienes que la gente no quiere, se invierte en sectores ineficientes, y la economía pierde dinamismo. Aplicando el principio de imputación, Milei sostuvo que liberar los precios permite que el mercado reasigne los factores de producción hacia los bienes y servicios que realmente valoran los consumidores. En otras palabras, no se trata simplemente de «achicar por achicar» el Estado, sino de dejar que el valor real vuelva a emerger desde las necesidades de la gente.
Esta explicación, aunque más sofisticada que la que suele escucharse en debates políticos tradicionales, tiene el enorme mérito de ser accesible si uno se detiene unos minutos a entenderla. De hecho, economistas como Juan Ramón Rallo han dedicado videos completos a explicar esta cuestión de manera sencilla y pedagógica. En uno de sus videos más recientes, Rallo profundiza en cómo el principio de imputación es la base de una economía de mercado eficiente, donde los precios son guías genuinas para la acción empresarial y para la inversión de recursos. Rallo destaca que cuando los precios son libres y reflejan las valoraciones subjetivas de los consumidores, la producción tiende naturalmente a alinearse con las verdaderas prioridades sociales, maximizando el bienestar general.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver todo esto con la recuperación económica de Argentina en 2024?
Mucho más de lo que parece.
Desde la asunción de Milei, el gobierno ha encarado un programa de shock económico pocas veces visto en la historia reciente del país. Se eliminaron subsidios, se recortó drásticamente el gasto público, se liberaron precios de servicios y bienes que llevaban años congelados, y se implementó una política monetaria férrea para detener la emisión. Al principio, como era previsible, el impacto fue duro: caída del consumo, recesión técnica, y aumentos de precios derivados de los sinceramientos pendientes. Sin embargo, lo que empieza a verse ahora es un cambio de tendencia notable.

La inflación, que llegó a rozar el 25% mensual en los primeros meses de 2024, ha empezado a desacelerarse de manera clara. En abril, el dato interanual mostró una baja significativa, y el mercado ya proyecta una inflación por debajo del 5% mensual para el segundo semestre. Esto no es casualidad: responde a una combinación de déficit fiscal cero, ancla monetaria y expectativas de estabilidad futura.
Al mismo tiempo, la actividad económica, que inicialmente sufrió una fuerte contracción, empieza a mostrar signos de recuperación más rápido de lo esperado. Sectores como la construcción privada, la agroindustria y el comercio exterior están repuntando. El consumo interno todavía está débil, pero con la inflación bajando y el poder adquisitivo empezando a estabilizarse, se espera una reactivación más robusta hacia fin de año.
Todo esto tiene relación directa con el principio de imputación. Al liberar las señales de precios y permitir que los mercados reasignen recursos hacia donde más valor pueden generar, la economía se está reorganizando de forma espontánea y eficiente. No hace falta un plan quinquenal ni intervención estatal masiva: basta con dejar que las valoraciones de los consumidores y empresarios guíen el proceso.
La visión que propone Milei —y que explica Rallo con brillantez en su análisis— es optimista por naturaleza: cree en la capacidad de las personas para adaptarse, para innovar y para reconstruir un país si se les quitan los obstáculos artificiales. Esta confianza en el orden espontáneo, en el mercado libre y en el individuo es el corazón de la apuesta argentina actual.
Por supuesto, el proceso no está exento de riesgos. Persisten desafíos enormes, como la necesidad de reformas estructurales profundas en el sistema laboral, impositivo y judicial. También existe el peligro de que, ante las primeras dificultades, sectores políticos conservadores o populistas intenten volver a las viejas recetas de gasto y emisión. Sin embargo, la dirección que se ha tomado es la correcta, y los primeros resultados —inflación bajando, expectativas de crecimiento en 2025, aumento de reservas internacionales— empiezan a respaldar la apuesta.

En definitiva, el principio de imputación de Menger no es solo una curiosidad académica: es una brújula para entender cómo se reconstruyen las economías destruidas. Milei ha sabido traer esta teoría al debate público de manera inteligente, demostrando que las ideas importan, y que, cuando se aplican con coherencia y valentía, pueden cambiar la historia de un país.
Argentina tiene hoy una oportunidad única: reencontrarse con la senda del crecimiento, de la estabilidad y de la prosperidad. Y todo empieza, como bien sabía Menger, por reconocer que el valor no lo determina el Estado, ni los burócratas, ni los lobbies corporativos: el valor lo crea la gente.
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